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  • SABORES Y ENCANTOS: UNA CRÓNICA DE HORCHATA Y VALLE DE BRAVO

    La tarde caía suavemente sobre Valle de Bravo, y yo, una dama curiosa y amante de las delicias, me encontraba en una encantadora terraza con vista a las calles empedradas de este pintoresco pueblo mexicano. Mientras el sol se despedía con destellos dorados, mis sentidos se deleitaban con una exquisita Horchata de Amore, una bebida refrescante que prometía cautivar mi paladar.

    Desde mi privilegiada posición, podía observar cómo la vida cotidiana de Valle de Bravo se desplegaba ante mis ojos. Las coloridas fachadas de las casas coloniales se alzaban con orgullo, mostrando el paso del tiempo y la riqueza histórica de este lugar. El bullicio de las calles resonaba en mis oídos, mientras los transeúntes paseaban con tranquilidad, disfrutando de la brisa que acariciaba sus rostros.

    Mi vista se perdía entre los callejones estrechos, donde los negocios locales exhibían sus tesoros artesanales. Las boutiques tentadoras invitaban a descubrir piezas únicas, mientras que los restaurantes desprendían aromas cautivadores que despertaban el apetito de cualquier paladar exigente.

    Pero fue en ese preciso instante en que mi paladar encontró su propio deleite en la Horchata de Amore. Al acercar la copa a mis labios, un frescor dulce y especiado inundó mi boca, regalándome una explosión de sabores. El arroz, la canela y la vainilla se unían en una danza perfecta, creando una sinfonía de placer que me transportaba a los rincones más íntimos de mi ser.

    Con cada sorbo, mis sentidos se agudizaban aún más. El bullicio de la calle parecía disolverse en el fondo, y mi atención se centraba en los detalles. Las risas contagiosas de los niños jugando en la plaza, el aroma a café recién molido que se mezclaba con el perfume de las flores silvestres y el suave murmullo de los pájaros que revoloteaban en los árboles cercanos.

    Desde mi tranquila terraza, mi mirada se posaba en la majestuosidad del lago de Valle de Bravo, donde las velas de los barcos danzaban al compás del viento. El agua reluciente se extendía hasta el horizonte, como un lienzo infinito que acariciaba las montañas que rodeaban el valle. Era un paisaje de ensueño, una postal que quedaba grabada en mi memoria, un regalo para mis ojos y mi alma.

    Así, entre sorbos y miradas, me encontraba en un momento de plenitud, sumergida en la belleza y la tranquilidad de Valle de Bravo. Aquel instante en la terraza se convertía en un remanso de paz en medio del ajetreo del mundo. Cada sorbo de la Horchata de Amore era una invitación a saborear la vida, a disfrutar de los pequeños placeres que la hacen única.

    Y así, con el corazón agradecido y el paladar complacido, me despedí de la terraza y de Valle de Bravo, llevando conmigo el recuerdo de sus calles, su lago y su encanto. Sabía que volvería, porque aquel lugar había dejado una huella imborrable en mi ser, y la promesa de nuevos deleites para el alma y el paladar.

    Fotografía cortesía de Sandra Weber.
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